Que no caiga el telón
El músico cerró su exitosa gira <i>Para que no se duerman mis sentidos</i> el pasado 28 de octubre en el Palacio de Deportes de Madrid
Después de más de 100 conciertos y de un año completo en la carretera, Manolo García se presentaba el pasado viernes 28 en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid para echar el cierre a su gira Para que no se duerman mis sentidos. Y lo hizo con la sinceridad que le caracteriza: con sus letras, su particular voz y su música que destila mestizaje por los poros.
Un pabellón abarrotado con sus incondicionales, venidos desde todas partes de España, le esperaba con los brazos abiertos dispuestos a no dejar pasar la oportunidad de convertir aquella noche en algo irrepetible. Dos horas y media después, las esperanzas de 15.000 personas intentaban evitar la caída de un telón que, esperemos, no tarde demasiado en volver a subir.
Pocas veces se habrá visto un público tan entregado a cada nota ni a un artista tan en conexión con su masivo coro. Poco le importó al respetable que ante la algarabía general, Manolo García olvidara por un momento la letra de A quien tanto he querido, Malva y Para que no se duerman mis sentidos. Todo lo contrario. La cercanía con los asistentes al concierto se estrechaba cada vez más.
Con cada canción, el músico nacido en la provincia de Albacete, sumaba más gargantas a su causa. Algo lógico si se piensa que de sus tres álbumes de estudio en solitario han salido casi una veintena de clásicos recientes del pop español como Zapatero, Pájaros de barro, Nunca el tiempo es perdido, Somos levedad, A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando, Carbón y ramas secas o Prefiero el trapecio.
Pero también mostró lo mejor de su último disco, Para que no se duerman mis sentidos (2004). Canciones como Una tarde de sol, Niña candela, Sólo un poco o la que da título al elepé, conjugaron la apuesta por el pop de Arena en los bolsillos (1998) y el mestizaje de Nunca el tiempo es perdido (2001). La única pega fue la falta de un guiño más completo a El Ultimo de la Fila que sólo tuvo presencia a través de la mágica y dulce Sara, perteneciente al álbum Como la cabeza al sombrero (1988).
De manera casi imperceptible se esfumaron dos horas y media de directo y casi 30 canciones en las que Manolo García demostró, una vez más, su talento como poeta de la música y su entrega absoluta en los directos. La pena es que al final, cayera el telón.