Conciertazo con mensaje
<i>Vertigo//2005</i> aterrizaba anoche en Madrid para poner punto y final a la "mini gira" española que ha llevado a U2 por Barcelona, San Sebastián y finalmente la capital. Tres noches en las que el cuarteto irlandés convenció a 175.000 fieles que no olv
Llevábamos casi un año esperándolo desde que se puso a la venta How to dismantle an atomic bomb (2004) y ha pasado casi sin darnos cuenta. Casi. Salvo para las 175.000 personas que han disfrutado de uno de los eventos más grandiosos y espectaculares que se recuerdan: un concierto de U2. La formación irlandesa se presentaba anoche en Madrid ante 55.000 espectadores para dar carpetazo a su "mini-gira", que les llevó por Barcelona y San Sebastián, y no defraudaron.
No lo hicieron porque ofrecieron un conciertazo con mensaje. No sólo el SMS de los miles de asistentes que se olvidaron por un momento de sus problemas y decidieron preocuparse por un continente africano que reclama ayuda mientras los dirigentes políticos miran hacia otro lado. Sino también el mensaje de un grupo que después de 25 años en la brecha, no olvida sus raíces ni su compromiso social.
Ir a ver a U2 en Madrid no sólo era un deber histórico con la música sino con la propia conciencia de uno mismo. Kaiser Chiefs y Franz Ferdinand se encargaron de caldear el ambiente con su sonido brit-pop y new wave con el que deslumbraron en 2004. Los primeros presentaban Employment, su álbum debut, mientras que la banda de Alex Kapranos hacía lo propio y además trajo bajo el brazo algunos temas de su segundo y prometedor disco, You could have it so much better... with Franz Ferdinand.
Ambos repitieron con éxito su directo de la noche anterior en la Sala Aqualung de Madrid y soñaron por unas horas en el que podría ser su futuro, pero el plato gordo venía después. Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen pisaban el escenario pasadas las 10 de la noche con la seguridad de quien lleva enfrentándose a estadios llenos de gente que anhela corear todas y cada una de sus canciones, convertidas hoy en auténticos himnos generacionales.
Así fue como se puso en marcha el espectáculo. Con Vertigo y con ganas de ser mejores por unas horas. Porque cada canción tenía su historia y su dedicatoria. Sólo U2 (sólo Bono) se puede permitir que el micrófono le falle a mitad de la tercera canción (The electric co.) y terminar de "arreglarlo" estampándolo contra el suelo. Era algo comprensible después del subidón de adrenalina de sus primeros temas, I will follow y Elevation.
A partir de ese momento la música se transformó en solidaridad y hermandad. La que las gigantescas pantallas reclamaban mientras los acordes de Pride (In the name of love), Miss Sarajevo, Where the streets have no name, Love and peace or else, Miracle drug, One, o Sometimes you can?t make it on your own estallaban en el cielo de Madrid.
Más de cinco minutos de aplausos ante la proyección de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Un intenso silencio emotivo ante el recuerdo de las víctimas del 11-M, pero también ante las de Turquía, Nueva York y Londres. Una causa justa en forma de SMS para hacer de la pobreza, historia.
Y lo demás sobre raíles. U2 no se desvió de la ruta que marcaran en Barcelona y San Sebastián y ofreció el espectáculo que ya había sido visto en el Camp Nou y en el Estadio de Anoeta. Pero aún con el "freno de mano" puesto, escuchar y ver al cuarteto irlandés en plena forma es algo difícil de olvidar. Y aún más si en el asiento de al lado (Tribuna Lateral, vomitorio 18, sector 319, fila 1, asiento 6, para más señas) está Alejandro Amenábar, quién se llevó el recuerdo de ver un concierto de película.