Los Angeles, 11 de septiembre de 2001
Así vivió el 11-S desde Los Angeles nuestro compañero <b>Juan Guilarte</b> como enviado especial de Los 40 Principales a los Grammy Latinos
Me siento raro. Es curioso pero te acostumbras a viajar a una misma ciudad en una determinada época del año, te lo cambian, y parece que haya cambiado hasta la propia ciudad. Parece otra, por lo menos diferente. Normalmente viajo a Los Angeles en el mes de febrero, con motivo de los premios Grammy, pero ese año se me hizo raro estar en septiembre, en la primera edición de los Grammy Latinos celebrados en la costa oeste de Los Estados Unidos.
También como cada año estaba alojado en una de las habitaciones del hotel Sofitel, situado entre el West Hollywood y Beberly Hills. En mi opinión, el más cómodo de la ciudad, a 20 minutos del aeropuerto LAX, justo al lado del Beverly Center (el centro comercial por excelencia de Los Angeles), y a tiro de piedra de Sunset, Rodeo Drive o, si lo prefieres, hasta de Santa Mónica o Venice. En fin, que era 10 de septiembre y tras asistir al ensayo de Santana para su actuación del día siguiente en los Grammy Latinos, y conversar con Alejandro Sanz que se encontraba en la ciudad para llevarse tantos premios como le dejaran, acababa de regresara a mi habitación. Estaba cansado.
Seguía siendo lunes 10 de septiembre y, la verdad, había tenido un fin de semana movido desde que aterricé en Los Angeles el sábado por la tarde. Sin ir más lejos fui testigo de un terremoto, ¡en Los Angeles!, precisamente donde se espera el tan temido Big one (el terremoto de terremotos). Fue curioso porque en ese mismo momento me encontraba en un taxi y pensaba que el extraño movimiento de éste se debía a que al taxista no le acababa de entrar una marcha, y por eso el coche se movía a tirones. Sólo cuando el taxista se giró hacia el asiento de atrás y me miró con cara de ?No es el coche, se está moviendo todo a la vez?, no comprendí que era testigo de un terremoto en la escala 4 de Richter. Pero bueno, estaba en el hotel, era pasada medianoche, ya había zapeado bastante frente al televisor y leído un poquito, así que antes de apagar la luz de mi habitación miré el reloj de la mesita, sólo para asegurarme de que mañana era el día de la ceremonia de los Grammy Latinos ?de verdad, con un viaje tan largo uno siempre tiene lagunas mentales en las que no sabe ni en que día está, de ahí el hecho de asegurarse-. Efectivamente en el reloj de mi mesita marcaba: 12:07 AM, 11 de septiembre de 2001. Ya era mañana. Me dormí tranquilo, en aquel momento nadie podía predecir qué me depararía el día siguiente.
No te equivoques, no es que me guste levantarme temprano es que con el cambio de horario, un servidor, a las 7 de la mañana podría estar listo para jugar un partido de fútbol de 90 minutos. Me asomé a la ventana. El día era claro y despejado, y tras vestirme me dispuse a bajar al kiosco más cercano para comprar la prensa local, y así prepararme para un copioso desayuno en una cafetería cercana.
Cuando llegué al kiosco y me disponía a pagar los periódicos que me llevaba, el dependiente me comentó: ?Estás tirando tu dinero. La noticia de hoy no viene ahí. ¿Has visto la tele esta mañana? Tío, hazme caso, vuelve a tu casa y pon la tele. Las Torres Gemelas de Nueva York están ardiendo?. Me quedé blanco. No sabía si reírle el chiste ?cosa que a las 8 de la mañana, la verdad, no me apetecía lo más mínimo- o estrangular a mi profesor de inglés por dejarme viajar por el mundo con ese nivelazo que exhibía.
Dejé los periódicos allí mismo y subí a la habitación, encendí el televisor y mi sorpresa fue exactamente la misma que el señor que lo estaba viendo en Singapur o en Barcelona. Aquello era sencillamente increíble. CNN, FOX, ABC, todas las cadenas ofrecían las tremendas imágenes que hemos visto una y mil veces. Tras más de dos horas frente al televisor y después de haber visto cómo se desplomaban los dos gigantes de acero me dispuse a hacer las llamadas de rigor a España.
Primero tranquilizar a la familia: parece mentira lo que cuesta hacer entender a la gente que Los Angeles, por encontrarse en la otra costa donde se produjeron los atentados, era, de momento, zona de mínimo riesgo, pese a que aún había un avión perdido, el que acabaría estrellándose en Pensilvania. La segunda llamada fue al trabajo. Me ofrecí a los informativos de la Cadena SER, por lo menos para que supieran que había un españolito de la radio perdido en un país en guerra y que pudieran disponer de él para lo que quisieran. Y la tercera y última a Delta Airlines, la compañía aérea que me tenía que llevar, por favor cuanto antes mejor, de regreso a mi casa. Por su puesto, el tratar de contactar con la compañía aérea fue inútil hasta muchas horas más tarde. Estados Unidos estaba en guerra y yo salí a tomarle el pulso a la calle.
Entré en la cafetería de Beverly Boulevard. Quería desayunar. En apariencia todo normal, eran las 10 de la mañana en Los Angeles y la gente no mostraba la más mínima preocupación por lo que había pasado en Nueva York. A medida que transcurría el día todo cambiaría. Coches con banderas americanas enganchadas en las antenas, comercios que iban cerrando sus puertas, los artistas españoles que se encontraban en la ciudad por los premios Grammy Latinos, que finalmente fueron suspendidos por su presidente el Sr. Greene, hicieron piña en casa de Antonio Banderas para ver la tele y pensar cómo podrían escaparse de todo aquello.
El espacio aéreo americano estaba cerrado, ningún avión podía volar, solamente los cazas del ejército, y la situación iba para largo. A los dos días de aislamiento Alejandro Sanz, su séquito, y algunos músicos más, entre ellos el gaitero Hevia, pusieron rumbo al aeropuerto de Tijuana (México) a tan sólo un par de horas en coche desde Los Angeles y previo pago de billetes de avión a precio de oro volvieron a España. Es justo, la vida no se para por nada y esos artistas necesitaban reemprender sus compromisos laborales. Lo que a lo mejor no era tan justo es que el grupo de directivos de la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores), que se encontraba también en Los Angeles con su presidente a la cabeza, huyeran rumbo a Tijuana con nocturnidad y alevosía, sin avisar a miembros de su sociedad, artistas, que quedaban atrapados en la ciudad sin la oportunidad de escapar. La SGAE compró los billetes de avión en Tijuana con el dinero de las tasas que DJ Kun, entre otros músicos que se encontraban en Los Angeles y a los que no avisaron de su marcha, paga religiosamente a dicha sociedad.
En fin, nuestro peregrinaje por la ciudad californiana, el de DJ Kun y un servidor, transcurrió por espacio de 10 días más hasta que se reestableció el tráfico aéreo en Estados Unidos. Siempre con la mirada atenta y vigilante al encontrarnos en un país en guerra contra el terrorismo internacional, y con la incertidumbre de cuándo tendríamos en nuestras manos los billetes de regreso a casa. La ciudad empezaba a estabilizarse poco a poco, y es que en la costa oeste los atentados no se vivieron de una manera directa. Las distancias geográficas en Estados Unidos juegan un papel real, no sólo es cuestión de mapas. Lo que Los Angeles aportó fue la solidaridad para con las víctimas del terror y, lógicamente, formar parte de ese ?todo? que posteriormente arrasó sanguinariamente Afganistán.
Posiblemente uno de los días más felices de mi vida es cuando me dieron, en mano, el billete de regreso a España. Pero seguía intranquilo, me tenía que subir a un avión después de todo lo que había pasado y, además, hacer escala en Nueva York.