Javier Sierra llena de esoterismo y astrología las obras de El Museo del Prado: “Los cuadros te cuentan cosas”
12 años después continua la historia de ‘El maestro de El Prado’ en una nueva novela con la misión de enseñarnos las otras visiones del arte

Javier Sierra en el Museo de El Prado en el que se ambiente gran parte de su novela 'El plan maestro'. / Imagen de Javier Ocaña cedida por Editorial Planeta
En 2013, Javier Sierra, ese periodista al que nos hemos acostumbrado a ver en programas como Cuarto Milenio, publicó El maestro del Prado, un libro que pensaba que sería maldito por el poco interés que imaginaba que podría despertar, pero que terminó convertido en todo un bestseller.
“Era una cosa que me había salido muy del alma. Un libro que en mi imaginación quería convertir en una obra de pequeña tirada que llegara a dos mil o tres mil personas y que después, con el correr del tiempo, podría convertirse –con esta mente maquiavélica que yo tengo- en una especie de necronomicón de obra maldita dentro de una novela. Quería que El maestro de El Prado fuera un protagonista en una futura novela, ¿qué ocurrió? Que se convirtió en un gran éxito y mi idea del malditismo se echó a perder para siempre, pero ese concepto de libro dentro del libro, como protagonista, sí lo recuperé en el maestro”, explicaba.
En él dejó un acertijo que ahora retoma, 12 años después en El plan maestro, su última novela en la que el maestro Fovel, uno de los guardianes del arte, vuelve a tomar protagonismo en una trama donde el propio autor y su familia se convierten en personajes de la historia.
Te recomendamos
Un acertijo que han intentado resolver muchos lectores en estos años, entre ellos, Alberto Chicote. “Está pendiente de mis novelas y me escribió nada más leerse el libro para decirme que sabía quién era y que le conocía y me dio una serie de claves que al final no me llevaron al maestro real”, contaba. Al maestro que él se encontró hace muchos años y no ha logrado encontrar.
Visita por el Museo del Prado de noche
Para presentarlo, nada mejor que el mismísimo Museo del Prado, de noche y vacío. La pinacoteca convertida en cueva y el autor, en chamán, para hipnotizarnos con los misterios que encierran algunas obras de arte, concretamente, las que recoge en esta nueva novela.
Y es que, si algo tiene claro Sierra es que “cada cuadro que está colgado en esta institución es en realidad un libro mudo, con imágenes, que precisa ser interpretado”. Porque no es lo mismo pasar por un museo observando obras como quien hace scroll en Instagram, que conocer sus historias y curiosidades que, a modo de cuento, nos sumergen en la obra misma.
“Pensamos que la visión racional es la correcta, pero no, es una de las visiones, hay otras. Y lo que hago en mi novela es recordar que esas otras visiones existen y cuando las afinas y las perfeccionas, los cuadros te cuentan cosas. Mi propuesta es muy de mirar”, exponía.
Es de los que piensan que el arte hay que mirarlo con los ojos de la razón, pero también con los de la emoción. También con los ojos del instinto humano. Además, considera que los cuadros son puertas y membranas que se pueden explorar.
Y eso se les da muy bien a los niños. Él recurrió a sus hijos para experimentarlo. Tras la promoción de El maestro de El Prado, acabó agotado y le prometió a su familia un verano inolvidable. “Era trampa”, confiesa al contar que les llevó a visitar cuevas con pinturas prehistóricas.
“Me quedé estupefacto, no solo yo, también los guías que me acompañaban en estas cuevas porque los niños empezaron a conectar sombras, trazos apenas visibles, raspaduras en la pared, las estalactitas proyectando un halo sobre el fondo de las cuevas… empezaron a ver cosas que yo no había en ningún sitio y comprendí que iban a ser de gran utilidad en mi Operación Vultus”, contaba sobre uno de sus experimentos sobre la mirada del arte.
“Decidí que tendría incorporar esa visión de los niños a un libro porque iba a ayudar a los adultos que accedieran a mi novela a recuperar esa capacidad imaginativa de aproximarse al arte”, explicaba, “ya no iba a ser una contemplación pasiva de las pinturas sino activa”.
Y así empezamos a enfocarnos en alguno de los cuadros que salen en la novela. Paramos en La Perla de Rafael, el cuadro frente al que el autor se encontró aquel maestro que nunca más volvió a ver, aquel maestro instructor que convirtió en personaje. En aquel momento le explicó las claves de lectura y de lo importante que era estar pendiente, siempre, de las miradas de los personajes para entender su intención.
Un cuadro delante del que se ha situado cientos de veces, pero tardó en darse cuenta de que en una esquina del cuadro había una F que no tiene nada que ver con el pintor ni con el noble que encargó el cuadro. ¿Tal vez una señal de Fovel?

Javier Sierra, en el Museo de El Prado, junto a La Perla de Rafael. / Foto de Javier Ocaña cedida por Editorial Planeta

Javier Sierra, en el Museo de El Prado, junto a La Perla de Rafael. / Foto de Javier Ocaña cedida por Editorial Planeta
“La lección que aprendí es que, por mucho que veas una obra de arte, por muchas horas que dediques a observar esos pequeños detalles, siempre hay un momento en el que la obra de arte se sale del guion y te enseña algo que no está”, compartía Sierra.
Si hay una sala importante dentro de esta trama que ha ideado, es la 56a, la de los Boscos. La primera que pudimos visitar con él como guía y con parada frente a El jardín de las delicias.
“Cada vez que entro en el Museo del Prado, no veo pinturas, veo novelas, cada cuadro es un libro, pero es un libro que requiere tiempo”, aseguraba.
El Bosco era el rey de la simbología y está presente en todos sus cuadros. Muchos tienen la sensación de que les observan en esta sala y no andan mal encaminados. En la parte superior de la tabla central del tríptico, el lago, mirado con una segunda visión, no es tal sino el ojo de Dios. Es uno de los secretos que esconde El jardín de las delicias. También el retrato de Dalí, cientos de años antes de su existencia, que tanto le gustaba ir a ver al artista surrealista.

Javier Sierra, en el Museo de El Prado, junto a 'El jardín de las delicias' de El Bosco. / Foto de Javier Ocaña cedida por Editorial Planeta

Javier Sierra, en el Museo de El Prado, junto a 'El jardín de las delicias' de El Bosco. / Foto de Javier Ocaña cedida por Editorial Planeta
“El arte debe ser explicado, el arte es una asignatura que tenemos pendiente como cultura y, probablemente, más que nunca. Hay un alegato al final de la novela que es una llamada de atención: Cuidado con lo que estamos haciendo con el arte en esta época. Hay una visión supremacista en estos momentos de las asignaturas STEM, de las ciencias, con respecto a las humanidades. Nos parece que, si nuestro hijo no es ingeniero y quiere estudiar latín o filología, va a ser un pobre desgraciado el resto de su vida, no es verdad, necesitamos a esos intérpretes de las humanidades, esa gente valiente que transite la terra incógnita que dan las humanidades”, reivindicaba.
En la Antigüedad se cerraba todos los ritos con un ágape y Javier Sierra no iba a perder la oportunidad de tener el suyo en la Sala de las Musas, esa en la que suelen reunirse los jefes de Estados y donde pudimos disfrutar de un cocktail y el tú a tú con el autor, emocionado con la gran gira de promoción que le espera por delante en España y Latinoamérica.
La lectura de la novela
Cuando uno lee la novela se queda con las ganas de visitar el Museo de inmediato para contemplar esos cuadros de los que habla y para, quizás, buscar a estos maestros instructores que nunca se sabe cuándo van a poder aparecer.
Se descubren curiosidades como que el museo no tiene sala 13, por cuestiones de superstición. O anécdotas como que Jim Morrison visitó El Jardín de las Delicias antes de suicidarse. No pudo soportar el pánico que le causó comprobar que algunas obras estaban vivas.
A través de las páginas, Sierra va fijando esa idea de que el arte es un umbral que nos permite asomarnos a otros mundos tan reales como el nuestro y que todo aquello que nos produce el arte demuestra, de modo experimental, que el alma existe.
Denuncia que la sobreexposición contemporánea a estímulos artísticos –inédita en la historia de la humanidad- está anestesiando nuestra capacidad de éxtasis. Miramos, pero no vemos y hay que practicar para poder obtener esa segunda visión que nos ayudará a atravesar ese umbral entre mundos.
Con esta novela nos adentramos en el Museo de El Prado, en el Louvre, las galerías Ufizzi o la casa museo de Frida Khalo. Un viaje en el que aprendemos a mirar el arte de otra manera y conectarlo, en muchas ocasiones, con la astrología, un punto fundamental en esta novela. ¿Sabías que en Las Meninas se conectan puntos formando un zodíaco que sirve de talismán?
Javier Sierra nos ofrece un camino que a veces cuesta seguir, pero que tras un pequeño esfuerzo da muchas recompensas.