Fui al Festival de Sanremo en un crucero musical y descubrí la intensidad con la que se vive en Italia
Un público muy joven abarrota las calles y disfruta de una semana musical con diversidad de propuestas
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Olly con el León de Oro, en el Teatro Ariston, tras ganar la 75º edición del Festival de Sanremo. / Daniele Venturelli
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¡Nunca iría a un crucero! Me he pasado años repitiendo esa frase como si fuera un mantra. Hasta que me llegó la invitación de la agencia de Costa Cruceros para vivir la experiencia de su crucero musical con destino al Festival de Sanremo. Descubrir quién sería el rival de Melody en Eurovisión en una experiencia así, no era para decir que no, solo por mantener principios arraigados sin fundamento. Así que, rumbo a Italia para conocer de cerca el que es uno de sus eventos culturales más destacados del país.
Tren a Barcelona y embarque en Costa Toscana, el barco más nuevo de la naviera que visto desde tierra impone por sus dimensiones (337 metros de eslora, 2663 camarotes, 1.646 personas de tripulación) y visto desde fuera, más todavía. 18 puentes –después de varios días logré llamar así a los distintos pisos-, 21 restaurantes y espacios dedicados a la gastronomía, 19 bares, teatros, tiendas, spa, gimnasio, zona infantil, piscinas (la principal cubierta por la época en la que nos encontramos), jacuzzis repartidos por cubierta… vamos, una ciudad sobre el mar que se iba a convertir en mi hogar durante los siguientes seis días.
Camarote con balcón y vistas al mar. No tardé en descubrir que algo así te carga de energía cuando te asomas nada más levantarte y ves la inmensidad del mar y el sol reflejado en las aguas. Sí, muy de película, pero real. Incluso el día en el que los rayos de sol fueron sustituidos por los de la tormenta, la sensación de inmensidad que te produce la estampa es muy gratificante.
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El camarote era uno de los primeros escollos a superar. Un cubículo de reducidas dimensiones donde no hay espacio para moverte cómodamente. Nuevamente una idea preconcebida que se derrumbó nada más entrar al que me habían asignado en el puente 15. No era tan incómodo como mis prejuicios me habían hecho imaginar.
Ya instalada, era momento de partir y no, no hay gente despidiendo desde tierra con pañuelos, que la época del Titanic quedó muy lejos. Pero ese partir sí te deja esa sensación de empezar una aventura y, en esta ocasión, con la música como protagonista. Ni tal mal hasta el momento.
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Costa Toscana navegando por el Mediterráneo al atardecer. / Imagen cedida por agencia Edelman
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Costa Toscana navegando por el Mediterráneo al atardecer. / Imagen cedida por agencia Edelman
Por si alguno se lo pregunta –como hice yo-, no, en un crucero no es normal marearse porque el movimiento, aunque a veces se percibe, es de una manera muy leve. Y sí, hay wifi que te mantiene comunicado con el mundo (eso sí, hay que contratarlo, que no te valen tus datos en alta mar). Además, una aplicación te mantiene informado de todo lo que sucede en el barco y te permite, incluso, chatear con otros pasajeros, una especie de Tinder a bordo.
Aventura gastronómica
La primera toma de contacto con el barco fue a la hora de la comida, un plato de sushi que era difícil terminar en su totalidad y no precisamente porque estuviera malo. Y es que la aventura, además de musical, era gastronómica. Un aliciente más.
En seis de días de crucero pude comprobar que la logística del chef Stefano Fontanesi funciona como un reloj y es capaz de superar el reto de dar de comer a las cuatro mil personas que había a bordo (hasta seis mil llegan a ser en verano). Una de las cosas más emocionantes, para alguien a quien la curiosidad le puede, fue visitar con él las tripas del barco para descubrir sus cocinas impolutas, de metal industrializado y una tecnología que permite a los 250 cocineros trabajar con la precisión de un reloj.
Thermomix gigante, máquina de corte con agua de precisión quirúrgica o aplicaciones para medir los deshechos e intentar minimizarlos, siempre buscando la mayor sostenibilidad. Todo un descubrimiento.
Fontanesi, un italiano con idiomas y mucha vida aprendida, tiene claro que llevar la cocina de un barco como el Toscana es lo más complejo que puede haber en el sector de hostelería, “nada es comparable”. Confiesa que puede llegar a recorrer 22 km diarios en sus horas de trabajo y hay que confesar que se le nota. Se mantiene tan en forma como el capitán al que también pudimos conocer en el puesto de mando, un lujo al alcance de muy pocos.
Además de sushi, pude probar la pizza que se hace de manera artesanal en el horno por un chef genovés. Los menús de estrella Michelín en el Archipelago, de Ángel León, Bruno Barbieri y Hélène Darroze que son una delicia y te sumerge, por ejemplo, en el mundo del placton. O asistir al espectáculo que supone el Teppanyaki con los malabarismos y el sentido del humor del cocinero que lo mismo te canta en español, que en italiano o inglés. Por no hablar de los menús cuidados al detalle de Ferrari.
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Plato del menú de Ángel León, el chef del mar que recurre al placton para sus platos que pueden degustarse en Archipelago, dentro de Costa Toscana. / Imagen cedida por la agencia Edelman
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Plato del menú de Ángel León, el chef del mar que recurre al placton para sus platos que pueden degustarse en Archipelago, dentro de Costa Toscana. / Imagen cedida por la agencia Edelman
Sí, es un hecho, volver de un crucero con unos cuantos kilos de más es de lo más normal, por más kilómetros que hagas recorriendo las cubiertas.
Turismo en diferentes ciudades
Los paseos no son todos por cubierta, que no podemos olvidarnos de las excursiones una vez que el barco atraca. Con la guía de Lidia, una chilena que lleva 40 años en Francia, pudimos conocer Aix-En-Provence, un pueblo francés lleno de olor a lavanda donde está enterrado Picasso. De hecho, nos confirmó que su tumba, que no puede visitarse en el Castillo de Vauvenargues, tiene tierra de un macetero de Barcelona y lo sabe porque una amiga suya se encargó de llevarla cuando la familia se lo pidió.
Aunque el pintor célebre del pueblo no es él sino Paul Cèzanne por el que sentía admiración y por el que terminó comprándose una casa tras la montaña de Santa Victoria que tantas veces dibujó el francés. Un poco de historia con sabor a colisson, el dulce que el último conde de la Provenza hizo crea para sacar una sonrisa a su triste mujer. Y, por cierto, tienen un Festival de arte lírico desde 1948. Una apuesta por la cultura con cierta aspiración burguesa.
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Estatua de Paul Cèzanne en Aix-En-Provence, ciudad donde nació, pintó y murió el pintor más célebre de la ciudad. / Olga Ranz
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Estatua de Paul Cèzanne en Aix-En-Provence, ciudad donde nació, pintó y murió el pintor más célebre de la ciudad. / Olga Ranz
La segunda parada fue en Roma, la ciudad eterna que nos recibió con un gran diluvio, ningún obstáculo para Débora, la guía local que nos sumergió en la difícil historia –por compleja-de la capital.
Ver la Piazza Navona lloviendo no es lo ideal, pero todo lo merece la capital italiana. Como ocurre en España, tan pronto llueve como sale el sol y así, más secos, pude ver La Fontana de Trevi o el Coliseo. Imposible no empaparse de historia en la ciudad de los gladiadores. Por cierto, que eso del dedo para arriba para salvar la vida de los luchadores, total fake, que si el César subía el dedo era para todo lo contrario, símbolo de la espada desenvainada para acabar con su vida, que, por otro lado, no era lo habitual. Un placer disfrutar de los raviolis con gorgonzola y nueces de un coqueto restaurante de esos que nos dejan claro por qué la pasta italiana es tan popular antes de visitar la siempre impactante plaza del Vaticano sin saber todavía que el Papa no estaba en su mejor momento de salud.
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Atardecer en la Plaza de San Pedro del Vaticano antes del ingreso del Papa Francisco. / Olga Ranz
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Atardecer en la Plaza de San Pedro del Vaticano antes del ingreso del Papa Francisco. / Olga Ranz
Y quedaba Sanremo, nuestro destino más esperado. Conocer el ambiente de la ciudad durante su festival más internacional, es algo digno de vivir. Pero eso lo cuento luego, que merece un desarrollo aparte.
Música a bordo
A Sanremo llegamos ya con ambiente musical y es que este crucero, que tiene lugar una vez al año coincidiendo con el festival, tiene toda una agenda programada con la música como protagonista. Pasear por el barco era pasar de un escenario a otro con música en directo. El Trio Lazy Daisy, el cantante Dee Oliver, el Duo Santa Fe o Denis Sax son solo algunos de los muchos ejemplos de artistas que despliegan su talento mientras los pasajeros disfrutan de una bebida.
Pero es que, además, había batallas de rap para los más jóvenes en cubierta, espectáculos de coreografías con reconocidos temas de rock en el Colosseo o tributos a divas como Aretha Franklin o Rihanna con la voz de Nereida en otro de los grandes escenarios del Toscana.
Además, los fans de La Voz, pueden disfrutar enormemente con la versión mar de este formato, The Voice of the Sea. El barco tiene un acuerdo con este programa de televisión para llevar a cabo su edición a bordo. La misma puesta en escena, con coaches de la tripulación y pasajeros que se han apuntado para participar como concursantes. Y que nadie piense en una versión cutre del formato, que los aspirantes son profesionales en muchos casos y como público puedes hacerte con un mando para votar.
Cada día, también, Fabio de Luca, periodista de la revista Rolling Stone en su versión italiana, analizaba y compartía anécdotas de distintos festivales emblemáticos: Glastonbury, Tomorrowland, Woodstock o, por supuesto, Sanremo con imágenes icónicas que te ayudaban a sumergirte en cada uno de ellos.
Si la música se respira por el día por todo el barco, por la noche, con más intensidad todavía. Fiesta diaria centrada en un género diferente en cada ocasión. Un día pop, otro más boho recordando aquella época de Summer of Love o electrónica para no parar de saltar. Y el plato fuerte, la sesión de Gigi D’Agostino por San Valentín.
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Actuación de Gigi D'Agostino en Costa Toscana por San Valentín. / Cristina Zavala
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Actuación de Gigi D'Agostino en Costa Toscana por San Valentín. / Cristina Zavala
Sí, su nombre seguro que te suena, aunque son muchos los que le han perdido la pista. Il Capitano salió con cierto retraso por cuestiones logísticas, pero puso al pasaje en todo lo alto con canciones como L’amour Toujours, Another Way, Bla Bla Bla o The Riddle. Un viaje al pasado apoyado por unos audiovisuales llenos de nostalgia (casetes incluidos), sus caracteres chinos tan característicos que invitan a bailar y un gran arsenal de efectos que incluían luces robotizadas, confeti y cañones de humo. Y sí, para que engañarse, lo dimos todo en esa sesión donde tal cual llegó, se fue, sin mucho que decir a un público totalmente entregado. Y es que el tiempo pasa para todos, incluido él.
El Festival de Sanremo
Hasta ahora, todo bien, pero no era más que el contexto. La llegada a Sanremo nos hizo meternos de lleno en el Festival de la Canción italiana que se lleva celebrando desde 1951 cuando un empresario lo puso en marcha para revitalizar la Riviera y acabó siendo inspiración para la creación de Eurovisión. El barco no puede atracar en la ciudad, así que fondea en la bahía y hay que coger una pilotina –una especie de lancha- para trasladarse a tierra, a la conocida como Riviera de las flores y cuna del festival.
Un pueblo costero de pescadores que cogió relevancia cuando los aristócratas del norte de Europa hacían el Grand Tour a finales del siglo XVIII y recalaron aquí. No tardaron en enamorarse de la ciudad y fueron instalándose poco a poco, especialmente los rusos, de ahí que tengan hasta su basílica ortodoxa imitando la de Moscú. Eran políticos, artistas y personajes de la cultura que empezaron a desarrollar el pueblo y convertirlo en tendencia y destino de cultura.
Llegamos a la ciudad, nuevamente con lluvia. Menos mal que cuando llegamos a la calle principal de la ciudad, la que recoge todo el ambiente del festival, ya había parado. Una calle que, a modo de paseo de la fama, tiene en el suelo placas con los ganadores de cada edición con su nombre, título de canción y año. Nombres como Angelina Mango o Marco Mengoni, entre los más recientes.
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Placa de Marco Mengoni con la canción que le hizo ganar Sanremo en 2023 situado en Corso Matteo. / Cristina Zavala
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Placa de Marco Mengoni con la canción que le hizo ganar Sanremo en 2023 situado en Corso Matteo. / Cristina Zavala
El Festival, al principio se celebraba en el Casino que, pese a que el juego está prohibido en Italia, es uno de los cuatro que permanecen abiertos. En 1977 se trasladó al Teatro Ariston. Antes de llegar a él, recorrimos Corso Matteo, repleta de gente pese a la lluvia. Una arteria comercial que, en esta semana del festival, se llena de stands en la calle con radios musicales, marcas y artistas que se quieren dar a conocer.
Paseando por allí lo mismo escuchas una cantante dentro de una tienda, como ves dos modelos en la puerta de otra -ya que la moda está muy presente- o una masa de gente mirando por los cristales tintados esperando ver, en el momento que pasamos por allí, a Coma Cose, un dúo que presentaba una canción electro pop con un maquillaje muy teatral en el caso de ella. También a las puertas de un hotel sito en la misma calle, hordas de jóvenes, algunos niños, esperaban poder ver a Tony Effe, el joven cantante que no gusta a todos por algunas canciones explícitamente sexuales que tiene, o eso opinaba Valeria, nuestra guía en la ciudad. Es normal, esos días, encontrase con los artistas por las calles del pueblo.
El arte y el festival están presentes en cada rincón no solo de la ciudad sino de Italia entera. En Milán se podía encontrar un grafiti de dos de los dos concursantes besándose.
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El artista callejero, TVboy's (Salvatore Benintende) se inspira en Sanremo 2025 para plasmar este beso entre Fedez y Tony Effe, en Milán. / Mondadori Portfolio
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El artista callejero, TVboy's (Salvatore Benintende) se inspira en Sanremo 2025 para plasmar este beso entre Fedez y Tony Effe, en Milán. / Mondadori Portfolio
Desde la llegada de las redes sociales, el Festival se ha revitalizado y ha llegado a un público cada vez más joven, según nuestra guía. Muchos de ellos peregrinan a la ciudad esta semana para estar cerca de sus ídolos. Como nos decía la guía en Roma es el típico evento que todo el mundo dice que no ve, pero todos saben lo que pasa –como sucede en España con Gran Hermano-. Y sí, el Festival de Sanremo se vive con mucha intensidad en toda Italia y especialmente en la ciudad que lo acoge.
Valeria insistía en que antes de comenzar el Festival siempre hay escándalos que dan contexto a este evento. Este año le ha tocado a Fedez, Chiara y Achille Lauro, triángulo de un escándalo sentimental que ha generado muchos titulares. Además, este año, Amadeus daba el testigo a Carlo Conti, nuevo presentador en varios años. No muchos apostaban por él, pero los records de audiencia han dado a entender que no ha ido tan mal la cosa.
Giorgia o Aquille Lauro sonaban entre los favoritos, también se hablaba de Fedez que había convencido con su canción, según nuestras guías, pero Valeria insistía en que normalmente, los que se postulan como favoritos no suelen ganar finalmente. Y no se equivocaba porque finalmente ganó Olly.
Esa semana, el pueblo se llena de música en cada uno de sus rincones. Lo mismo hay un concierto de Duran Duran, como Warner Music Italy abre una Farmacia Dell’Amore inspirada en la canción Fever de Clara. Todo tipo de pop-ups relacionadas con la música y la moda. El único inconveniente puede ser la masificación. Para acercarse a la puerta del Ariston hay que pasar un arco de seguridad porque el acceso está restringido y las colas son enormes. Lo logré y llegué hasta la plaza que acoge la recepción del festival. Allí, en una de las tabernas más típicas tuvimos la oportunidad de probar la sardenaira, un plato típico, una especie de focaccia con tomate, anchoas y alcaparras que es una auténtica delicia.
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Entrada del Teatro Ariston el día de la gran final del Festival de Sanremo 2025. / Cristina Zavala
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Entrada del Teatro Ariston el día de la gran final del Festival de Sanremo 2025. / Cristina Zavala
Tras empaparnos del ambiente festivo que se vive en Sanremo vivimos la gran final desde el barco que ese día se convirtió en un escenario más del festival. Durante la gala, Mario Conti, contactó con el Colosseo para incluir en la final la actuación de Planet Funk, un grupo de electrónica italiano con un cantante lleno de carisma. Tras la conexión en directo con la gala, el grupo se quedó a compartir con el público del barco algún tema más y por lo mucho que cantaban los italianos allí presentes, está claro que tienen bastante repercusión, aunque aquí, en España, sean más desconocidos.
Tal vez, hubiera estado bien ver a Analissa, cuyo marido forma parte de la cúpula de Costa Cruceros, pero la verdad es que conocer en directo a Planet Funk no estuvo nada mal, es algo adictivo mirar cómo gesticula Alex Uhlmann. Luego fueron los protagonistas de la after party llena de glamour que se organizó a bordo.
Eran cerca de las dos de la mañana cuando supimos que Olly había ganado. Mientras unos veían la gala en directo, otros disfrutábamos de la otra cara del Festival. Y así se ponía punto final a un crucero que me ha hecho replantearme mi idea sobre esta oferta de ocio. Tal vez los tematizados no están tan mal. Habrá que ver cuál es el siguiente, que parece que hay uno planeándose de los años 80. Y mientras, esperando la decisión de Olly, ¿acabará aceptando ir a Eurovisión este año?