Este es el resultado cuando una sociópata como Patric Gagne cuenta su historia en primera persona: “Pocas veces me he arrepentido”
Recogemos 9 fragmentos impactantes que nos acercan a lo que siente una enferma mental como ella
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Portada del libro 'Sociópata', de Patric Gagne. / Imagen cedida por Editorial Planeta
La mente es una gran desconocida que ha suscitado mucho interés en el ser humano porque todavía hay muchas que no logramos entender. Las enfermedades mentales siguen suponiendo un reto por el gran desconocimiento que tenemos sobre ellas.
Cuando escuchamos hablar de un sociópata en seguida nos surgen multitud de preguntas en un intento por intentar comprender su forma de actuar y sus motivaciones para hacer ciertas cosas. Solo en Estados Unidos se estima que hay 15 millones de sociópatas o que están dentro del espectro de la sociopatía.
Ahora podemos tener algunas de esas respuestas que buscamos gracias a Sociópata, unas memorias de Patric Gagne, una doctora en psicología, casada con un informático y con dos hijos y que se confiesa sociópata. Es consciente de que sociópata es una palabra que asusta.
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“Sociópata es una palabra misteriosa. Su origen está en una disciplina científica de hace más de un siglo, pero desde aquel momento se ha usado de forma errónea para describir cualquier pecado. Ya no hay una sola definición del término. La palabra, igual que las personas a las que representa, se ha convertido en una especie de paradoja”, asegura.
Vive en un barrio residencial de Los Ángeles en una aparente normalidad, pero, en realidad, ella se define como “mentirosa, ladrona, inmune al remordimiento, manipuladora y capaz de casi cualquier cosa”. Ella misma ha decidido contar su historia y cómo ha convivido con esta enfermedad.
Se ha erigido como defensora de las personas que sufren trastornos sociopáticos, psicopáticos y antisociales de la personalidad tras cursar estudios en la UCLA y doctorarse en Psicología Clínica.
“Lo único que sabía era que no sentía las cosas como las sentían los demás niños. No sentía culpa cuando mentía. No sentía compasión cuando mis compañeros se hacían daño jugando en el patio. Por lo general, no sentía nada. Y no me gustaba la sensación que me provocaba esa nada, de modo que hacía cosas para sustituir esa nada por… algo”, cuenta sobre su infancia y lo que sentía sintiéndose distinta a los demás niños.
No compartió la tristeza de su familia cuando murió su mascota, ni sintió remordimiento cuando apuñaló la cabeza de una compañera con un lápiz. Su madre no la entendía y ni siquiera ella se entendía y su comportamiento se fue volviendo cada día más violento.
Fue cuando llegó a la Universidad cuando confirmó lo que ya sospechaba: era una sociópata. Y lo peor de esta enfermedad es que no tiene tratamiento. Simplemente, hay que aprender a convivir con ella. Y ella lo ha hecho y ha intentado en este tiempo convencer a todo el mundo de que los sociópatas no son monstruos como muchos piensan.
“Yo soy una delincuente sin antecedentes penales. Soy una maestra del disfraz. Nunca me han pillado. Pocas veces me he arrepentido. Soy amable. Soy responsable. Soy invisible. Paso de lo más desapercibida. Soy una sociópata del siglo XXI. Y he escrito este libro porque sé que no estoy sola”, anuncia sobre este lanzamiento que ya se ha convertido en un best seller en Estados Unidos y el mejor libro para muchas cabeceras.
Reconoce que la sociopatía “es una enfermedad mental peligrosa cuyos síntomas, causas y tratamientos requieren investigación y atención clínica, pero ese es precisamente el motivo de que quiera compartir mi historia: Para que los individuos afectados por la sociopatía puedan recibir la ayuda que hace demasiado tiempo que les falta y –tal vez lo más importante- para que otros sociópatas puedan verse reflejado en una persona que tiene más que ofrecer, aparte de oscuridad”.
9 impactantes fragmentos de Sociópata
Un testimonio que impacta por sincero y brutal que sirve para que empecemos a mirar esta enfermedad de otra manera. Estos son 9 fragmentos que recoge en estas memorias y que, de una manera u otra, son impactantes.
- “Dejando de lado mi afición por el robo y la desaparición, había algo en mí que incomodaba a los demás niños. Yo lo sabía. Ellos lo sabían. Y aunque podíamos coexistir en paz como compañeros de clase, casi nunca me incluían en las actividades extraescolares”.
- “Aunque algunas veces mis actos fueran cuestionables, yo no rompía las reglas porque lo disfrutara, me portaba mal porque sentía que no tenía otro remedio”.
- “Con mi madre a mi lado, no tenía que preocuparme por sentir o non sentir ni por elegir entre el bien y el mal. Sin embargo, cuando se enfadaba, yo sentía que estaba sola. Y, en aquel momento, estar sola no era seguro”.
- “Hacer cualquier cosa que supiera que estaba <<mal>> era mi forma de liberar la presión, mi forma de darme una descarga de emociones para contrarrestar la apatía”.
- “La euforia que había sentido después de apuñalar a Syd era a la vez desconcertante y tentadora. Quería volver a experimentarla. Quería volver a hacer daño. Pero no quería. Estaba confundida y asustado y necesitaba que mi madre me ayudara”.
- “Descubrí que estar sola con mis secretos me gustaba más que casi cualquier otra cosa. Me encantaba estar sola. Era el único momento en el que podía ser yo y ser libre de verdad”.
- “Me fortalecí con la experiencia compartida de una relación…¡y de una amistad! Por primera vez en la vida, no me sentí constantemente falta de emociones. Todo lo contrario. ¡Sentía amor! Sin saberlo siquiera, David me había enseñado a adaptarme a cosas como la comunicación y el afecto, cosas que yo suponía que a la mayoría de las personas les surgían con facilidad, pero a mí, no”.
- “Había suficientes personas como yo para justificar crear una categoría psicológica entera. Y no éramos “malos”, “perversos”, ni estábamos “locos”, solo nos costaba más sentir. Nos portábamos mal para llenar un vacío”.
- “Todo lo que leía apuntaba a que era sociópata. Me faltaba empatía. Dominaba el engaño. Era capaz de cometer actos violentos sin remordimientos. La manipulación me resultaba fácil. Tenía un encanto superficial, una conducta delictiva. Me costaba conectar con las emociones. Nunca me sentía culpable. Y, aun así, sabía que no era el monstruo que describían los medios”.
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