Hace 50 años Gloria Gaynor propulsó la música disco con su primer álbum
‘Never can say goodbye’ salió el 23 de enero de 1975
A mediados de los años setenta, mientras el rock conquistaba los estadios y movimientos como el punk daban sus primeros coletazos, un nuevo fenómeno musical se gestaba en las discotecas de varias partes del mundo, pero en especial de Nueva York. A partir del soul y el funk, y de la mano de la figura de los discjockeys, que lo pinchaban en sus cabinas, fue tomando forma un sonido creado específicamente para bailar en esos recintos: la música disco. Fue mucho más que una moda musical: una manifestación social. Las mujeres, a menudo marginadas en el rock; los gays, denostados entonces pero siempre arrimados a la expresión artística; y jóvenes pertenecientes a minorías a las que no se tenía en cuenta (afroamericanos, italoamericanos) hicieron de estos templos del baile su santuario. Y de esta música, la tendencia del momento.
Varias discotecas de Nueva York alcanzaron resonancia histórica, entre ellas Studio 54 o Paradise Garage; la primera abrió sus puertas en 1977 y la segunda, un año después. Un poco antes, en 1975, la música disco empezaba a dar sus primeros éxitos, gracias a artistas como KC and the Sunshine Band, Barry White o Manu Dibango. Entre esos pioneros estaba Gloria Gaynor, que el 23 de enero de 1975 publicó su primer disco, Never can say goodbye.
Nacida en Nueva Jersey en 1943, Gaynor tenía ya, por tanto, 32 años cuando lanzó su álbum de debut. Aficionada a cantar desde muy pequeña, en su familia no le habían dejado participar en el grupo vocal de sus hermanos varones por ser la única chica. Aun así, algo más mayor, logró que la admitieran en un club nocturno para cantar y, poco después, participó en grabaciones de otros artistas sola o con el grupo The Soul Satisfiers. En 1973 consiguió publicar un single (Honey bee) con el sello Columbia, de mínima repercusión, y un año más tarde fichó por MGM Records, la compañía con la que grabó Never can say goodbye.
El título del álbum resultaba extremadamente familiar al gran público: era una canción que The Jackson 5 habían editado en 1971, con la que habían sido número uno de ventas en Estados Unidos. Ese mismo año, Isaac Hayes había grabado una versión. Ahora, Gaynor le daba un nuevo giro, al incluirla en su disco. Pero hizo algo más: la cara A del álbum contenía una especie de suite de 19 minutos ininterrumpidos de música, perfecta para bailar, que encadenaba tres canciones: Honey bee, Never can say goodbye y Reach out, I’ll be there. Esta última, que Gaynor hacía sublime con un nuevo ritmo galopante, también era muy popular gracias al original de Four Tops de 1967.
Aunque su impacto no fue descomunal —llegó al puesto #25 de la lista de Billboard— en aquel primer álbum de Gloria Gaynor estaba la esencia de la música disco. Los ricos arreglos orquestales, las cadencias que obligaban a mover pies y caderas… Todo tocado por músicos en el estudio, pues no existía entonces la tecnología digital (por cierto, uno de los productores fue Tony Bongiovi, primo del rockero Jon Bon Jovi). Por encima de esos ingredientes brillaba la voz de Gaynor, líquida, potente. Fue suficiente para que le augurase a la cantante un futuro prometedor.
Lo mejor de Gaynor, no obstante, estaba aún por llegar. Ese mismo 1975 publicó el segundo disco, y en adelante tres más, hasta que en 1978 puso en circulación Love tracks, con el que llegó a la cuarta posición en la lista de ventas de Estados Unidos. La razón: contenía el que fue el único single número uno en su carrera, el mítico e inolvidable I will survive. A sus 81 años, Gaynor sigue dedicándose a la música, su último disco salió en 2019 (Testimony, que ganó un Grammy) y de hecho a finales de 2024 actuó en nuestro país. Una longeva trayectoria musical que comenzó a lo grande hace justo cincuenta años.