Especial
10 discos que parecen inocentadas pero que (por desgracia) iban en serio
No fueron bromas de un 28 de diciembre
La música es entretenimiento: entre otras cosas, anima a divertirse. Pero no a cualquier precio. Puede que a estos artistas les colgaran un monigote en la espalda cuando grabaron los siguientes discos, que nacieron raros, gafados, ridículos, condenados a pasar a la historia de la ignominia y, en el fondo, tan graciosos que parecen pensados como inocentadas. La mala noticia es que iban en serio.
‘Playing with fire’, de Kevin Federline (2006)
¿A quién se le ocurrió la idea de que Federline, consumado bailarín, pudiera grabar un disco solamente porque era la pareja de Britney Spears? Esperemos que no fuera a ella, que anduvo detrás del proyecto. El caso es que Kevin se animó y publicó este álbum de hip hop sin sal que no ha vendido más de 16.000 copias en Estados Unidos; cantidad irrisoria para un país tan grande.
‘W.T.F. (Wisdom, tenacity and focus)’, de Vanilla Ice (2011)
Mil copias (¡mil) se vendieron en Estados Unidos del que parece que por fortuna sigue siendo el último disco del rapero una vez conocido por su tema Ice, ice baby. Como pasa a menudo con artistas de un solo éxito, se empeñan en seguir grabando para repetirlo, generalmente con nefasto desenlace. Aquí le dio por combinar rap con country y techno, lo que solo los muy cafeteros llegaron a comprender.
‘Hooray for boobies’, de The Bloodhound Gang (1999)
En este caso, y en favor del grupo, hay que matizar que tal vez sí era una inocentada. Puede que toda su discografía sea una broma, pues gustan de dar a sus canciones un toque de humor irreverente que puede llegar a irritar. Este disco contenía ‘The bad touch’, cuyo lírico estribillo decía: “Tú y yo, nena, no somos más que mamíferos, así que hagámoslo como ellos en Discovery Channel’.
‘Neither fish nor flesh’, de Terence Trent D’Arby (1989)
He aquí cómo pasar de 100 a cero en cinco segundos. D’Arby, que había impresionado al gran público con su primer disco, Introducing the hardline according…, se puso el listón tan alto que, completamente desorientado, grabó este artefacto extrañamente psicodélico que a muy pocos sedujo. Se quedó tan tocado que unos años después cambió su nombre a otro menos comercial todavía: Sananda Maitreya.
‘Paris’, de Paris Hilton (2006)
Ni un florido equipo de productores fue capaz de hacer de esto un buen disco. La celebrity, que había hecho sus pinitos como DJ poco antes, se pasó en su primer álbum a un pop bailable insulso, insustancial, insostenible o todo lo que empieza por “in”. Reúne una serie de piezas que parecen todas descartes de cualquier disco de Britney Spears, la mayoría de títulos que intentan ser sensuales y melodías aderezadas de susurros que excitaron a cero personas. Hasta destrozó el clásico Da ya think I’m sexy, de Rod Stewart.
‘Chinese democracy’, de Guns n’Roses (2008)
La banda de Axl Rose llevaba sin publicar un álbum con canciones nuevas desde 1991 (los dos volúmenes de Use your illusion), por lo que la expectación por su regreso era máxima. Pasaron nueve años grabando este disco, en el que no participaron Slash ni otros miembros clásicos del grupo. Ningún tema puede considerarse de lo mejor de su carrera. Decididamente, esos nueve años podían haberlos dedicado a otros menesteres.
‘The secret life of plants’, de Stevie Wonder (1979)
Al gran Stevie Wonder de los años setenta se le metió entre ceja y ceja grabar esta banda sonora para un documental que aseguraba probar que las plantas se comunican entre sí como los humanos. Aquellos acostumbrados a sus soberbias canciones se quedaron a cuadros al comprobar que en este disco solo había una que podría calificarse de normal: Send one your love. Dicho lo cual, es una obra interesante para adentrarse en una faceta menos conocida de Wonder: la de plasta.
‘The rainbow children’, de Prince (2001)
Hasta el mejor escribano echa un borrón. Prince Rogers Nelson celebró su conversión a la doctrina de los testigos de Jehová grabando un disco de jazz, cargado de letras místicas, que comienza con una canción de diez minutos, apenas acoge temas radiables y termina con varios cortes silentes de cuatro segundos a los que sucede un loop de voces que repite “one, one, one”. No necesitaba demostrar que era un excéntrico: ya lo sabíamos.
‘Music from The Elder’, de Kiss (1981)
Acababan de empezar los ochenta, y Kiss, tras algunos problemas en el seno del grupo y la amenaza de que su rollo podía empezar a pasar de moda, concibieron este engendro que es una suerte de banda sonora ficticia de una película que no existe. Suena pomposo y cansino, y a pesar de que no tiene malas canciones (Lou Reed coescribe varias), si quieres empezar a conocer al grupo de Nueva York debes comprarte veinte discos suyos antes que este.
‘Lulu’, de Metallica y Lou Reed (2011)
De nuevo Lou Reed en otro fregado, y eso que por su cuenta tiene obras maestras. La idea de registrar un disco en colaboración con la banda de heavy Metallica ya de por sí se antoja descabellada. Tras la escucha, con los soporíferos recitados de Reed, los riffs de guitarra trillados de los metaleros y temas que llegan a durar 19:29 minutos, se confirman los peores presagios.
Miguel Ángel Bargueño
Es periodista y escritor: ha publicado varios libros sobre música. Aterrizó en el universo de LOS40...